LOGIA
Puede ser un peluche, una mantita, un mordedor, un objeto de pop it, un totem… sea lo que sea es su objeto transaccional y allí, como Lord Voldemord hace con sus horrocruxes, deposita parte de su energía y le proporciona seguridad porque es un elemento conocido. Incluso puede que su olor le pueda llegar a tranquilizar en un momento determinado.
El objeto transaccional de Ona, la protagonista del cuento «Ona se revoluciona» es un tigre divertido que la acompaña y que a la vez forma parte de su interés restringido. Su presencia le proporciona confort, consuelo, es un objeto de vínculo que se suele utilizar a modo de experiencia, especialmente en la etapa en la que la criatura empieza a separar el «yo» del «no yo».
El niño o niña se ha dado cuenta de que su persona de apego máximo, habitualmente la madre que lo ha parido, es otra persona distinta a él o ella, una entidad por separado. El hecho que no pueda tener siempre esta figura a su lado le puede conducir a estados de ansiedad y frustración. Y justo en estos momentos cobra importancia el objeto transaccional, un objeto que puede dar a la mente del infante aquello que necesita y que le sirve como defensa de la ansiedad por separación.
También puede actuar como elemento autorregulador y sensorial, por ejemplo en el caso de un peluche por su tacto y calidez y en un objeto tipo pop it como elemento de distensión, de repetición y de canalización de su ansiedad y en un mordedor de la experiencia más bucal y de contacto además de vehicular su energía agresiva.
En definitiva, son múltiples los beneficios de los objetos transaccionales y pueden ayudar a la criatura a mantener la calma en momentos especialmente estresantes para ellos y en situaciones nuevas que no ha vivido con anterioridad.